Si la voluntad del Señor ha de llegar a ser la nuestra, necesitamos
desde el mismo principio conocernos a nosotros mismos. Podemos trazar
planes basados en nuestras ambiciones personales y en nuestros
propósitos egoístas. El Señor conoce el fin desde el principio.
Comprende la relación que todo hombre debiera tener con Dios y con su
prójimo. El Señor puede ver que el trato de una persona con otras que
tienen cierta disposición o carácter peculiares
afectaría para mal a quienes se relacionaran con esa persona. Quizá no
se halle entre quienes pueden razonar claramente de causa a efecto.
Aquellos con los cuales se relacione podrían ser precisamente los que no
le darían la ayuda que necesita.
El eslabonamiento de ciertos
elementos puede producir resultados desfavorables. Es por eso que el
hombre no puede confiar en su propio juicio. La experiencia lo
convencerá de su error. El Señor dispone lo que será de mayor beneficio
espiritual al alma que está en la balanza, lista para comenzar una nueva
empresa que significa más de lo que ella misma anticipa. ¿Qué debiera
hacer esa persona? Su única seguridad consiste en colocar a un lado sus
preferencias y planes, diciendo: “No se haga como yo quiero, sino como
tú”...
En los asuntos más pequeños tanto como en los más grandes,
la primera gran pregunta es: ¿Cuál es la voluntad de Dios en este
asunto?, pues su voluntad es mi voluntad. “El obedecer es mejor que los
sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. 1
Samuel 15:22. ¿Quién podrá dañarlo si es seguidor de lo que es correcto?
Dios puede requerir que un hombre realice una tarea y ocupe una
posición que es particularmente penosa y agotadora. El Señor tiene una
obra para esa persona, y al ocupar ese lugar él arriesga su vida, su
vida eterna futura. Esta fue la posición que Cristo ocupó cuando vino a
nuestro mundo, al entrar en conflicto con el jefe rebelde de los ángeles
caídos. Dios trazó un plan y Cristo aceptó el encargo. Consintió en
encontrarse a solas con el enemigo, como cada ser humano debe hacerlo.
Se le proveyeron todos los poderes celestiales que podían ayudarle en
este gran conflicto. Y si el hombre camina en el sendero de la voluntad
de Dios será provisto del mismo poder protector. Las mismas
inteligencias celestiales servirán a los que serán herederos de la
salvación a fin de que puedan resultar vencedores en cada tentación,
grande o pequeña, como Cristo venció. Pero cualquiera que se coloque en
una posición de peligro por algún motivo que no sea el de la obediencia a
la voluntad de Dios, caerá bajo el poder de la tentación...
Nadie está seguro si piensa que puede escoger por sí mismo. De Autor Momenros de Oracion.
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