Si los hijos de Dios quisieran reconocer cómo los trata él y aceptasen
sus enseñanzas, sus pies hallarían una senda recta, y una luz los
conduciría a través de la oscuridad y el desaliento. David aprendió
sabiduría de la manera en que Dios lo trató, y se postró con humildad
bajo el castigo del Altísimo. La descripción fiel que de su verdadero
estado hizo el profeta Natán, le dio a conocer a David sus propios
pecados y le ayudó a desecharlos. Aceptó
mansamente el consejo y se humilló delante de Dios. “La ley de Jehová”,
exclamó él, “es perfecta, que convierte el alma”. Salmos 19:7.
Los
pecadores que se arrepienten no tienen motivo para desesperar porque se
les recuerden sus transgresiones y se los amoneste acerca de su
peligro. Los mismos esfuerzos hechos en su favor demuestran cuánto los
ama Dios y desea salvarlos. Ellos sólo deben pedir su consejo y hacer su
voluntad para heredar la vida eterna. Dios presenta a su pueblo que
yerra los pecados que comete con el fin de que vea su enormidad según la
luz de la verdad divina. Entonces, su deber es renunciar a ellos para
siempre...
Dios es hoy tan poderoso para salvar del pecado como en
los tiempos de los patriarcas, de David y de los profetas y apóstoles.
La multitud de casos registrados en la historia sagrada, en los cuales
Dios libró a su pueblo de sus iniquidades, deben hacer sentir al
cristiano de esta época el anhelo de recibir instrucción divina y celo
para perfeccionar un carácter que soportará la detenida inspección del
juicio.
La historia bíblica sostiene al corazón que desmaya con la
esperanza de la misericordia divina. No necesitamos desesperarnos cuando
vemos que otros lucharon con desalientos semejantes a los nuestros, o
que cayeron en tentaciones como nosotros, pues aun así recobraron sus
fuerzas y recibieron bendición de Dios. Las palabras de la inspiración
consuelan y alientan al alma que yerra.
Aunque los patriarcas y los
apóstoles estuvieron sujetos a las flaquezas humanas, por la fe
obtuvieron buen renombre, pelearon sus batallas con la fuerza del Señor y
vencieron gloriosamente. Así también podemos nosotros confiar en la
virtud del sacrificio expiatorio y ser vencedores en el nombre de Jesús.
La humanidad fue humanidad en todas partes del mundo, desde el tiempo
de Adán hasta la generación actual; y a través de todas las edades el
amor de Dios no tiene semejanza. De Autor Momentos de Oracion.
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