¿Hemos considerado de cuántas cosas debemos estar agradecidos?
¿Recordamos que las misericordias del Señor se renuevan cada mañana, y
que su fidelidad es inagotable? ¿Reconocemos que dependemos de él, y
expresamos gratitud por todos sus favores? Por el contrario, con
demasiada frecuencia nos olvidamos de que “toda buena dádiva y todo don
perfecto es de lo alto, que desciende del Padre de las luces.” Santiago
1:17...
Cuán a menudo los que gozan de salud se olvidan
de las admirables mercedes que les son concedidas continuamente día
tras día y año tras año. No rinden tributo de alabanza a Dios por todos
sus beneficios. Pero cuando viene la enfermedad, se acuerdan de Dios. El
intenso deseo de recuperar la salud los induce a orar fervientemente; y
eso está bien. Dios es nuestro refugio en la enfermedad como en la
salud. Pero muchos no le confían su caso; estimulan la debilidad y la
enfermedad acongojándose acerca de sí mismos. Si dejasen de quejarse, y
se elevasen por encima de la depresión y la lobreguez, su
restablecimiento sería más seguro. Deben recordar con gratitud cuánto
han disfrutado de la bendición de la salud; y si este precioso don les
es devuelto, no deben olvidar que tienen una renovada obligación hacia
su Creador. Cuando los diez leprosos fueron sanados, únicamente uno
volvió para buscar a Jesús y darle gloria. No seamos como los nueve
ingratos, cuyo corazón no fué conmovido por la misericordia de Dios.
Dios es amor. El cuida de las criaturas que formó. “Como el padre se
compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” “Mirad
cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios.”
Salmos 103:13; 1 Juan 3:1. ¡Cuán precioso privilegio es éste, que seamos
hijos e hijas del Altísimo, herederos de Dios y coherederos con
Jesucristo! No nos lamentemos, pues, porque en esta vida no estemos
libres de desilusiones y aflicción.
Si, en la providencia de Dios,
somos llamados a soportar pruebas, aceptemos la cruz, y bebamos la copa
amarga, recordando que es la mano de un Padre la que la ofrece a
nuestros labios. Confiemos en él, en las tinieblas como en la luz del
día. ¿No podemos creer que nos dará todo lo que fuere para nuestro bien?
“El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Romanos
8:32. Aun en la noche de aflicción, ¿cómo podemos negarnos a elevar el
corazón y la voz en agradecida alabanza, cuando recordamos el amor a
nosotros expresado por la cruz del Calvario?. De Autor Momentos de Oración.
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