Mientras muchos padres yerran por el lado de la indulgencia, otros van
al extremo opuesto, y rigen a sus hijos con vara de hierro. Parecen
olvidarse que ellos mismos fueron una vez niños. Tienen una dignidad
extremada, son fríos y carentes de simpatía. La alegría y las travesuras
infantiles, la actividad incesante de las vidas jóvenes, no hallan
excusas a sus ojos. Tratan las faltas triviales como pecados graves. Tal
disciplina no es semejante a la de Cristo. Los niños así educados temen
a sus padres, pero no los aman; no les confían las cosas que les
suceden. Una de las cualidades más valiosas de la mente y del corazón
queda paralizada como una planta tierna bajo el viento del invierno.
Aunque no hemos de entregarnos al afecto ciego, tampoco hemos de
manifestar una severidad indebida. Los niños no pueden ser llevados al
Señor por la fuerza. Se les puede conducir, pero no arrear. “Mis ovejas
oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” declara Cristo. Juan 10:27.
El no dice: Mis ovejas oyen mi voz y se las obliga a andar en la senda
de la obediencia. Nunca deben los padres causar dolor a sus hijos por la
dureza y por las exigencias irrazonables. La dureza ahuyenta las almas y
las hace caer en la red de Satanás.
Administrad las reglas del
hogar con sabiduría y amor, no con vara de hierro. Los niños responderán
con obediencia voluntaria a la ley del amor. Elogiad a vuestros hijos
siempre que podáis. Haced que sus vidas sean tan felices como fuere
posible. Proveedles diversiones inocentes. Haced del hogar un Betel, un
lugar santo, consagrado. Mantened blando el terreno del corazón por la
manifestación del amor y del afecto, preparándolo así para la semilla de
la verdad. Recordad que el Señor da a la tierra no solamente nubes y
lluvias, sino el hermoso y sonriente sol, que hace germinar la semilla y
hace aparecer las flores. Recordad que los niños necesitan no solamente
reproches y corrección, sino estímulo y encomio, el agradable sol de
las palabras bondadosas...
El hogar debe ser para los niños el lugar
más atrayente del mundo, y la presencia de la madre debiera ser su mayor
encanto. Los niños tienen naturaleza sensible y amante. Es fácil
agradarles y es fácil hacerlos desgraciados. Con suave disciplina, con
palabras y actos bondadosos, las madres pueden ligarlos a su corazón
Sobre todas las cosas, los padres deben rodear a sus hijos de una
atmósfera de alegría, cortesía y amor. Los ángeles se deleitan en morar
en un hogar donde vive el amor y éste se expresa tanto en las miradas y
las palabras como en los actos. Padres, permitid que el sol del amor, la
alegría y un feliz contentamiento penetre en vuestro corazón, y dejad
que su dulce influencia impregne el hogar. Manifestad un espíritu
bondadoso y tolerante, y estimuladlo en vuestros hijos, cultivando todas
las gracias que alegran la vida del hogar. La atmósfera así creada será
para los niños lo que son el aire y el sol para el mundo vegetal, y
favorecerá la salud y el vigor de la mente y del cuerpo.
En vez de
apartar de sí a sus hijos para que no la molesten con sus ruidos o sus
pequeñas necesidades, planee la madre sus diversiones o trabajos
livianos que mantengan ocupadas las manos y activas las mentes.
Compenetrándose de sus sentimientos y dirigiendo sus diversiones y
ocupaciones, la madre ganará la confianza de sus hijos y así podrá
corregir tanto más eficazmente sus malos hábitos o refrenar sus
manifestaciones de egoísmo o apasionamiento. Una palabra de cautela o
reproche pronunciada en el momento oportuno, será de gran valor. Por un
amor paciente y vigilante, ella puede encauzar la mente de sus hijos en
la debida dirección, cultivando en ellos hermosos y atrayentes rasgos de
carácter. De Autor Momentos de Oracion.
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