Cristo declara que como él vivió así debemos vivir nosotros... Sus
huellas [nos] encaminan a lo largo de la senda del sacrificio. A medida
que vivimos vienen hacia nosotros muchas oportunidades para servir. A
todo nuestro rededor hay puertas abiertas para el servicio. Con el uso
correcto del don del habla podemos hacer mucho por el Maestro. Las
palabras son un poder para el bien cuando ellas están colmadas con la
benevolencia y simpatía de Cristo. Dinero,
influencia, tacto, tiempo y fuerza, todos éstos son dones confiados a
nosotros para hacernos más útiles a los que nos rodean y para que
honremos más a nuestro Creador...
Muchos sienten que sería un
privilegio visitar [los lugares donde se desarrollaron] las escenas de
la vida de Cristo en la tierra, caminar por donde él anduvo, contemplar
el lago donde le gustaba enseñar, y los valles y colinas donde a menudo
descansó su vista. Pero no necesitamos ir a Palestina para caminar en
las huellas de Jesús. Encontraremos sus pisadas al lado de la cama del
doliente, en las chozas de los pobres, en las atestadas callejuelas de
la gran ciudad y en todo lugar donde haya corazones humanos que
necesiten consuelo.
Así como rastreamos el curso de una corriente de
agua por la huella de viviente verdor que produce, así también Cristo
podía ser visto en los actos de misericordia que marcaron su senda a
cada paso. Doquiera iba, la salud brotaba y la felicidad seguía por
donde quiera que pasaba. El ciego y el sordo se regocijaban en su
presencia. El rostro de Cristo era lo primero que muchos ojos
contemplaban, sus palabras lo primero que jamás había resonado en sus
oídos. Sus palabras para el ignorante le abrían a éste la fuente de la
vida... El dispensaba sus bendiciones en forma constante y abundante.
Ellos eran los almacenados tesoros de la eternidad, los ricos dones del
Señor para el hombre. De Autor Momentos de Oracion.
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