Muchos consideran el trabajo una maldición que se originó en el enemigo
de las almas. Esta es una idea equivocada. Dios le dio el trabajo al
hombre como bendición, para ocupar su mente, fortalecer su cuerpo y
desarrollar sus facultades. Adán trabajaba en el jardín del Edén y
encontró el placer más elevado de su santa existencia en la actividad
física y mental. Cuando fue echado de su hermoso hogar como resultado de
su desobediencia y fue obligado a luchar
con un suelo rebelde para ganar su pan cotidiano, ese mismo trabajo fue
un consuelo para su alma entristecida, una salvaguardia contra la
tentación...
El trabajo razonable es indispensable tanto para la
felicidad como para la prosperidad de nuestra raza. Fortalece al débil,
vuelve valiente al tímido, rico al pobre y feliz al desdichado. Nuestros
diversos cometidos están en proporción directa con nuestras diversas
capacidades, y Dios espera los réditos correspondientes de los talentos
que les ha concedido a sus siervos. No es la grandeza de los talentos
que se poseen lo que determina la recompensa, sino el modo como se los
usa; el grado de lealtad que se aplica en el desempeño de los deberes de
la vida, sean grandes o pequeños.
La ociosidad es una de las más
grandes maldiciones que pueden recaer sobre el hombre, porque el vicio y
el crimen siguen en su estela. Satanás está al acecho, listo para
sorprender y destruir a los que no están en guardia, cuya ociosidad le
da la oportunidad de insinuárseles bajo algún disfraz atractivo. Nunca
tiene más éxito que cuando se acerca al hombre en sus momentos de ocio. De Autor Momentos de Oracion.
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