Jesús vivió, sufrió y murió para redimirnos. Se hizo “Varón de dolores”
para que nosotros fuésemos hechos participantes del gozo eterno. Dios
permitió que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un
mundo de indescriptible gloria a esta tierra corrompida y manchada por
el pecado, obscurecida por la sombra de muerte y maldición. Permitió que
dejase el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir
vergüenza, insultos, humillación, odio y muerte.
“El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y por sus llagas nosotros
sanamos.” Isaías 53:5. ¡Miradlo en el desierto, en el Getsemaní, sobre
la cruz! El Hijo inmaculado de Dios tomó sobre sí la carga del pecado.
El que había sido uno con Dios sintió en su alma la terrible separación
que el pecado crea entre Dios y el hombre. Esto arrancó de sus labios el
angustioso clamor: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has desamparado?”
Mateo 27:46. Fué la carga del pecado, el reconocimiento de su terrible
enormidad y de la separación que causa entre el alma y Dios, lo que
quebrantó el corazón del Hijo de Dios...
Pero este gran sacrificio no
fué hecho para crear amor en el corazón del Padre hacia el hombre, ni
para moverle a salvarnos. ¡No! ¡No! “Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que dió a su Hijo unigénito.” Juan 3:16. Si el Padre nos ama no
es a causa de la gran propiciación, sino que El proveyó la propiciación
porque nos ama. Cristo fué el medio por el cual el Padre pudo derramar
su amor infinito sobre un mundo caído. “Dios estaba en Cristo,
reconciliando consigo mismo al mundo.”2 Corintios 5:19. Dios sufrió con
su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el
corazón del Amor infinito pagó el precio de nuestra redención. De Autor Momentos de Oracion.
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