Al consagrarnos a Dios, debemos necesariamente abandonar todo aquello
que nos separaría de El. Por esto dice el Salvador: “Así, pues, cada uno
de vosotros que no renuncia a todo cuanto posee, no puede ser mi
discípulo.” Lucas 14:33. Debemos renunciar a todo lo que aleje de Dios
nuestro corazón. Las riquezas son el ídolo de muchos. El amor al dinero y
el deseo de acumular fortunas constituyen la cadena de oro que los
tiene sujetos a Satanás. Otros adoran la
reputación y los honores del mundo. Una vida de comodidad egoísta,
libre de responsabilidad, es el ídolo de otros. Pero estos lazos de
servidumbre deben romperse. No podemos consagrar una parte de nuestro
corazón al Señor, y la otra al mundo. No somos hijos de Dios a menos que
lo seamos enteramente...
Hay quienes profesan servir a Dios a la vez
que confían en sus propios esfuerzos para obedecer su ley, desarrollar
un carácter recto y asegurarse la salvación. Sus corazones no son
movidos por algún sentimiento profundo del amor de Cristo, sino que
procuran cumplir los deberes de la vida cristiana como algo que Dios les
exige para ganar el cielo. Una religión tal no tiene valor alguno.
Cuando Cristo mora en el corazón, el alma rebosa de tal manera de su
amor y del gozo de su comunión, que se aferra a El; y contemplándole se
olvida de sí misma. El amor a Cristo es el móvil de sus acciones.De Autor Momentos de Oracion.
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