jueves, 2 de junio de 2016

FERVIENTE FE

Me referiré al paralítico que no había usado sus miembros por muchos años. Allí estaba. Los sacerdotes, los doctores de la ley y los escribas examinaron su caso y lo declararon incurable. Le dijeron que por su propio pecado había caído en esa condición, y que no había esperanza para él. Pero le llegó la noticia de que había un hombre llamado Jesús que estaba realizando obras poderosas. Sanaba a los enfermos, y hasta había resucitado a los muertos. “Pero ¿cómo puedo ir a El?” -preguntó.
“Nosotros te llevaremos a Jesús -replicaron sus amigos-, ante su misma presencia; nos enteramos de que El ha venido a tal lugar”...


Y así tomaron al hombre desahuciado y lo llevaron adonde sabían que estaba Jesús. Pero la multitud rodeaba tan apretadamente la casa donde se hallaba Jesús, que ellos ni tenían posibilidad de acercarse a la puerta. ¿Qué iban a hacer? El paralítico sugirió que sacaran las tejas e hicieran una abertura en el techo, y lo bajaran por allí.
Y así puso de manifiesto su ferviente fe. Ellos lo hicieron, y él fue colocado justamente delante de Jesús, donde el Señor podía verlo. Y Jesús, al mirarlo, tuvo compasión de él, y dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Marcos 2:5. Bien, ¡qué gozo significaba eso! Jesús sabía exactamente qué necesitaba esa alma agobiada por el pecado. Sabía que el hombre había sido torturado por su propia conciencia, así que le dijo: “Tus pecados te son perdonados”. ¡Qué alivio para la mente del paralítico! ¡Qué esperanza llenó su corazón!
Entonces las sospechas se suscitaron en los corazones de los fariseos: “¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”
Jesús les dijo entonces: “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Lucas 5:24. ¿Qué, tomar el lecho con sus brazos lisiados! ¿Qué, ponerse en pie, con sus piernas paralíticas! ¿Qué hizo? Pues, hizo exactamente lo que se le ordenó. Hizo lo que el Señor le dijo que hiciera. La fuerza de la voluntad fue dirigida a mover sus piernas y brazos tullidos, y éstos respondieron, aun cuando no habían respondido por largo tiempo. Esta manifestación demostró delante de la gente que allí había Uno, en medio de ellos, que no sólo podía perdonar pecados sino también sanar a los enfermos.
Pero esa poderosa evidencia dada a los fariseos no los convirtió. Los hombres pueden encerrarse de tal manera en la incredulidad, la duda y el escepticismo, que ni la resurrección de los muertos los convencería. Por causa de su incredulidad, se mantendrían en la misma actitud de descreimiento, impenitentes, inconversos. Pero todos los que tienen corazones dispuestos para recibir la verdad y oídos para oír, glorifican a Dios. Los tales exclaman: “¡Nunca antes lo habíamos visto de este modo!”. De Autor Momentos de Oracion.


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