Si deseamos ser verdaderas luces en el mundo, debemos manifestar el
espíritu bondadoso y compasivo de Cristo. Para amar como Cristo amó
debemos poner en práctica el dominio propio. Tenemos que revelar
abnegación en todo momento y lugar. Debemos emplear palabras amables y
tener una expresión agradable. Todo esto no cuesta nada al dador, y sin
embargo al pasar deja una deliciosa fragancia. No es posible estimar la
influencia benéfica que esas acciones ejercen.
Son una bendición no solamente para el favorecido, sino también para el
dador; porque se reflejan sobre este último. El amor genuino es un
valioso atributo de origen celestial, que se vuelve más fragante a
medida que se entrega a los demás...
Dios desea que sus hijos
recuerden que, para glorificarle, deben depositar su afecto en aquellos
que más lo necesitan. No se debe descuidar a ninguna persona con quien
nos relacionemos. No debemos manifestar egoísmo ante nuestros semejantes
por palabra, acción ni con nuestra mirada, sean éstos ricos o pobres,
humildes o poderosos. El amor que dirige palabras bondadosas a unos
pocos, pero trata a otros con frialdad e indiferencia, no es amor, sino
egoísmo. Nunca obrará para el bien de las almas o la gloria de Dios. No
debemos concentrar nuestro amor en uno o dos objetos del mismo.
Los
que reciben el resplandor de la justicia de Cristo, pero se niegan a
transmitirlo a la vida de los demás, pronto perderán los dulces y
esplendorosos rayos de la gracia celestial, que reservaban egoístamente
para prodigarlos sobre unos pocos... No se debe permitir que el yo reúna
unos pocos escogidos junto a sí, sin dejar nada para los que necesitan
más ayuda que nadie. No debemos reservar nuestro amor para un grupo
especial. Quebremos el frasco, y el aroma saturará toda la casa. De Autor Momentos de Oracion.
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