Cuando
Cristo ascendió a los cielos, el sentido de su presencia permaneció con
los que le seguían. Era una presencia personal, impregnada de amor y
luz. Jesús, el Salvador que había andado, conversado y orado con ellos,
que había dirigido a sus corazones palabras de esperanza y consuelo,
había sido llevado de su lado al cielo mientras les comunicaba un
mensaje de paz, y los acentos de su voz:
“He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo,” Mateo 28:20 les llegaban todavía cuando una nube de ángeles le
recibió. Había ascendido en forma humana, y ellos sabían que estaba
delante del trono de Dios como Amigo y Salvador suyo, que sus simpatías
no habían cambiado y que seguía identificado con la humanidad doliente.
Estaba presentando delante de Dios los méritos de su sangre preciosa,
estaba mostrándole sus manos y sus pies traspasados, para recordar el
precio que había pagado por sus redimidos. Sabían que había ascendido al
cielo para prepararles lugar y que volvería para llevarlos consigo...
Al congregarse después de la ascensión, estaban ansiosos de presentar
sus peticiones al Padre en el nombre de Jesús. Con solemne reverencia se
postraron en oración repitiendo la promesa: “Todo cuanto pidiereis al
Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en
mi nombre: pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.”
Juan 16:23, 24. Extendieron cada vez más alto la mano de la fe
presentando este poderoso argumento: “¡Cristo Jesús es el que murió; más
aún, el que fué levantado de entre los muertos; el que está a la
diestra de Dios; el que también intercede por nosotros!” Romanos 8:34.
El día de Pentecostés les trajo la presencia del Consolador, de quien
Cristo había dicho: “Estará en vosotros.” Les había dicho además: “Os
conviene que yo vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a
vosotros; mas si me fuere, os le enviaré.” Juan 14:17; 16:7 Y desde
aquel día, mediante el Espíritu, Cristo iba a morar continuamente en el
corazón de sus hijos. Su unión con ellos sería más estrecha que cuando
estaba personalmente con ellos. La luz, el amor y el poder de la
presencia de Cristo resplandecían de tal manera por medio de ellos que
los hombres, al mirarlos, “se maravillaban; y al fin los reconocían, que
eran de los que habían estado con Jesús.” Hechos 4:13.
Todo lo que
Cristo fué para sus primeros discípulos desea serlo para sus hijos hoy,
pues en su última oración, que elevó estando junto al pequeño grupo
reunido en derredor suyo, dijo: “No ruego solamente por éstos, sino por
aquellos también que han de creer en mí por medio de la palabra de
ellos.”Juan 17:20. Oró por nosotros y pidió que fuésemos uno con El,
como El es uno con el Padre. ¡Cuán preciosa unión! El Salvador había
dicho de sí mismo: “No puede el Hijo hacer nada de sí mismo;” “el Padre,
morando en mí, hace las obras.” Juan 5:19; 14:10. Si Cristo está en
nuestro corazón, obrará en nosotros “el querer como el hacer, por su
buena voluntad.” Obraremos como El obró; manifestaremos el mismo
espíritu. Amándole y morando en El, creceremos “en todos respectos en el
que es la cabeza, es decir, en Cristo.” Efesios 4:15. De Autor Momentos de Oracion.
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