Nuestros
planes no son siempre los de Dios. Puede suceder que él vea que lo
mejor para nosotros y para su causa consiste en desechar nuestras
mejores intenciones, como en el caso de David. Pero podemos estar
seguros de que bendecirá y empleará en el adelanto de su causa a quienes
se dediquen sinceramente, con todo lo que tienen, a la gloria de Dios.
Si él ve que es mejor no acceder a los
deseos de sus siervos, compensará su negativa concediéndoles señales de
su amor y encomendándoles otro servicio...
En su amante cuidado e
interés por nosotros, muchas veces Aquel que nos comprende mejor de lo
que nos comprendemos a nosotros mismos, se niega a permitirnos que
procuremos con egoísmo la satisfacción de nuestra ambición. No permite
que pasemos por alto los deberes sencillos pero sagrados que tenemos más
a mano. Muchas veces estos deberes entrañan la verdadera preparación
indispensable para una obra superior. Muchas veces nuestros planes
fracasan para que los de Dios respecto a nosotros tengan éxito.
Nunca se nos exige que hagamos un verdadero sacrificio por Dios. Él nos
pide que le cedamos muchas cosas, pero al hacerlo nos despojamos nada
más que de aquello que nos impide avanzar hacia el cielo. Aun cuando nos
invita a renunciar a cosas que en sí mismas son buenas, podemos estar
seguros de que Dios nos prepara algún bien superior.
En la vida
futura se aclararán los misterios que aquí nos han preocupado y
chasqueado. Veremos que las oraciones que nos parecían desatendidas y
las esperanzas defraudadas figuraron entre nuestras mayores bendiciones.
Debemos considerar todo deber, por muy humilde que sea, como
sagrado por ser parte del servicio de Dios. Nuestra oración cotidiana
debería ser: “Señor, ayúdame a hacer lo mejor que pueda. Enséñame a
hacer mejor mi trabajo. Dame energía y alegría. Ayúdame a compartir en
mi servicio el amante ministerio del Salvador”. De Autor Momentos de Oracion.
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