Al
llegar al lugar de ejecución, los condenados fueron atados a los
instrumentos de tortura. Mientras los dos ladrones se debatían en manos
de los que los extendían sobre sus cruces, Jesús no ofreció resistencia.
Su madre contempló la escena con agonizante suspenso, con la esperanza
de que hiciera un milagro para salvarse. Vio sus manos extendidas sobre
la cruz, esas manos queridas que siempre
habían dispensado bendiciones, y que se habían alargado tantas veces
para sanar a los que sufrían. Cuando trajeron martillos y clavos, y
éstos atravesaron la tierna carne de Jesús para asegurarlo a la cruz,
los discípulos, con el corazón quebrantado, apartaron de la cruel escena
el cuerpo desfalleciente de la madre de Cristo...
El Señor no
formuló queja alguna; su rostro seguía pálido y sereno, pero grandes
gotas de sudor perlaban su frente. No hubo mano piadosa que enjugara de
su rostro el rocío de la muerte, ni palabras de simpatía e inmutable
fidelidad que sostuvieran su corazón humano. Estaba pisando totalmente
solo el lagar, y del pueblo nadie estuvo con él. Mientras los soldados
llevaban a cabo su odiosa tarea, y él sufría la más aguda agonía, oró
por sus enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Lucas 23:34. Esta oración de Jesús por sus enemigos abarca al mundo,
pues se refiere a cada pecador que habrá de vivir hasta el fin del
tiempo.
Después que Jesús fue clavado a la cruz, varios hombres
fuertes la levantaron y la colocaron con gran violencia en el lugar
preparado con ese fin, causando al Hijo de Dios la más dolorosa agonía. Y
entonces se produjo una escena terrible. Los sacerdotes, dirigentes y
escribas se olvidaron de la dignidad de sus sagrados cargos, y se
unieron con la turba para burlarse y reírse del agonizante Hijo de Dios
diciéndole: “Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Lucas
23:37. Y otros repetían burlonamente entre ellos: “A otros salvó, a sí
mismo no se puede salvar”. Marcos 15:31. Los dignatarios del templo, los
curtidos soldados, el mal ladrón en la cruz y los viles y crueles que
se hallaban entre la multitud, todos se unieron para maltratar a Cristo.
Los ladrones que fueron crucificados con Jesús sufrieron la misma
tortura física que él. Pero sólo uno de ellos se endureció; el dolor lo
desesperó y le infundió rebeldía. Se unió a las burlas de los sacerdotes
y vilipendió a Jesús diciéndole: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti
mismo y a nosotros”. Lucas 23:39. El otro malhechor no era un criminal
endurecido. Cuando oyó las diatribas de su compañero de fechorías, “le
reprendió, diciendo: ¿Ni aún temes tú a Dios, estando en la misma
condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque
recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo”.
Vers. 40, 41. Acto seguido, cuando su corazón sintió la atracción de
Cristo, la iluminación celestial invadió su mente. En Jesús, magullado,
escarnecido y colgado de una cruz, vio a su Redentor, a su única
esperanza, y se dirigió a él con humilde fe: “Acuérdate de mí cuando
vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy
estarás conmigo en el Paraíso”. De Autor Momentos de Oracion.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Sientase con la libertad de dar su opinión y tambien el de hacer preguntas, estoy a su servicio. Gracias.