El
símbolo del cristianismo no es una señal exterior, ni tampoco una cruz o
una corona que se lleven puestas, sino que es aquello que revela la
unión del hombre con Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada
en la transformación del carácter, el mundo ha de convencerse de que
Dios envió a su Hijo para que fuese su Redentor. Ninguna otra influencia
que pueda rodear al ser humano ejerce
tanto poder sobre él como la de una vida abnegada. El argumento más
poderoso a favor del evangelio es un cristiano amante y amable...
Llevar una vida tal, ejercer semejante influencia, cuesta a cada paso
esfuerzo, sacrificio de sí mismo y disciplina. Muchos, por no comprender
esto, se desalientan fácilmente en la vida cristiana. Muchos que
consagran sinceramente su vida al servicio de Dios, se chasquean y
sorprenden al verse como nunca antes frente a obstáculos, y asediados
por pruebas y perplejidades. Piden en oración un carácter semejante al
de Cristo y aptitudes para la obra del Señor, y luego se hallan en
circunstancias que parecen exponer todo el mal de su naturaleza. Se
revelan entonces defectos cuya existencia no sospechaban. Como el
antiguo fsrael, se preguntan: “Si Dios es el que nos guía, ¿por qué nos
sobrevienen todas estas cosas?”
Les acontecen porque Dios los
conduce. Las pruebas y los obstáculos son los métodos de disciplina que
el Señor escoge, y las condiciones que señala para el éxito. El que lee
en los corazones de los hombres conoce sus caracteres mejor que ellos
mismos. Él ve que algunos tienen facultades y aptitudes que, bien
dirigidas, pueden ser aprovechadas en el adelanto de la obra de Dios. Su
providencia los coloca en diferentes situaciones y variadas
circunstancias para que descubran en su carácter los defectos que
permanecían ocultos a su conocimiento. Les da oportunidad para enmendar
estos defectos y prepararse para servirle. Muchas veces permite que el
fuego de la aflicción los alcance para purificarlos.
El hecho de
que somos llamados a soportar pruebas demuestra que el Señor Jesús ve en
nosotros algo precioso que quiere desarrollar. Si no viera en nosotros
nada con qué glorificar su nombre, no perdería tiempo en refinarnos. No
echa piedras inútiles en su hornillo. Lo que él refina es mineral
precioso. El herrero coloca el hierro y el acero en el fuego para saber
de qué clase son. El Señor permite que sus escogidos pasen por el horno
de la aflicción para probar su carácter y saber si pueden ser amoldados
para su obra. De Autor Momentos de Oracion.
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