La vida cristiana es una vida de lucha, de conflicto constante. Es una
batalla y una marcha. Pero cada acto de obediencia a Cristo, cada acto
de abnegación por amor a él, cada prueba bien soportada, cada victoria
obtenida sobre la tentación, es un paso más en la marcha a la gloria de
la victoria final...
Si tomamos a Cristo como nuestro Guía, nos
conducirá a salvo a lo largo del camino estrecho. El camino puede ser
áspero y espinoso; la pendiente puede
ser abrupta y peligrosa; puede haber trampas a la derecha y a la
izquierda; podemos tener que soportar penalidades en nuestro viaje;
cuando estamos cansados, cuando anhelamos descanso, quizá tengamos que
seguir adelante; cuando desmayamos, quizá tengamos que luchar; cuando
estamos desanimados, quizá se nos pida que confiemos; pero con Cristo
como nuestro Guía, no perderemos la senda que lleva a la vida inmortal,
no dejaremos de alcanzar finalmente el cielo deseado.
Cristo mismo
recorrió el áspero camino antes que nosotros, y suavizó el camino para
nuestros pies. El camino estrecho de la santidad, el camino destinado
para los redimidos del Señor, está iluminado por Aquel que es la Luz del
mundo. Al seguir en sus pasos, su luz brillará sobre nosotros; y al
reflejar la luz tomada de la gloria de Cristo, el camino se tornará más y
más brillante hasta alcanzar la luz del mediodía.
Al principio
podrá parecernos agradable practicar el orgullo y la ambición mundana;
pero su resultado es dolor y tristeza. Los planes egoístas pueden
ofrecer promesas halagadoras y dar una esperanza de placer; pero
descubriremos que nuestra felicidad está envenenada y nuestra vida
acibarada por esperanzas centralizadas en el yo. Estaremos a salvo
siguiendo a Cristo, porque él no dejará que los poderes de las tinieblas
dañen un solo cabello nuestro. De Autor Momentos de Oracion.
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