La bella parábola que presentó Cristo de la oveja perdida, del pastor
que dejó las 99 y fue a buscar la perdida, ilustra el cuidado del gran
Pastor. Él no miró descuidadamente el rebaño del redil, y dijo: “Tengo
noventa y nueve, y me será demasiada molestia ir en búsqueda de la
extraviada; que vuelva y le abriré la puerta del redil y la haré entrar;
pero no puedo ir tras ella”. No ... cuenta y recuenta el rebaño y no
duerme cuando está seguro de que una
oveja está perdida. Deja las noventa y nueve dentro del redil; no
importa cuán oscura y tempestuosa sea la noche, cuán peligroso y
desagradable el camino, cuán larga y tediosa la búsqueda, no se cansa,
no vacila, hasta que encuentra a la perdida...
Pero cuando la
encuentra, ¿actúa con indiferencia? ¿Llama a las ovejas y ordena a la
extraviada que lo siga? ¿La amenaza y castiga, o la arrea delante de él,
hablando de la amargura, incomodidad y ansiedad que ha pasado por su
causa? No. Coloca sobre sus hombros la oveja cansada, exhausta y
extraviada y vuelve al redil. Su gratitud se expresa en melodiosos
cantos de regocijo, y los coros celestiales responden a la nota de gozo
del pastor. Cuando se encuentra la perdida, el cielo y la tierra se unen
en regocijo y agradecimiento, pues “habrá más gozo en el cielo por un
pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no
necesitan de arrepentimiento”.
Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor; y
conozco mis ovejas, y las mías me conocen”. Juan 10:14. Así como un
pastor terrenal conoce sus ovejas, así el Pastor principal conoce su
rebaño que está esparcido por todo el mundo... “Y vosotros, ovejas mías,
ovejas de mi pasto, hombres sois, y yo vuestro Dios, dice Jehová el
Señor”. Ezequiel 34:31. De Autor Momentos de Oracion.
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