Hay
dos errores contra los cuales los hijos de Dios, particularmente los
que apenas han comenzado a confiar en su gracia, deben guardarse en
forma especial. El primero, en el cual ya se ha insistido, es el de
fijarnos en nuestras propias obras, confiando en algo que podamos hacer
para ponernos en armonía con Dios. El que está procurando llegar a ser
santo mediante sus esfuerzos por
observar la ley, está procurando una imposibilidad. Todo lo que el
hombre puede hacer sin Cristo está contaminado de egoísmo y pecado. Sólo
la gracia de Cristo, por medio de la fe, puede hacernos santos...
El
error opuesto y no menos peligroso consiste en sostener que la fe en
Cristo exime a los hombres de guardar la ley de Dios, y que en vista de
que sólo por la fe llegamos a ser participantes de la gracia de Cristo,
nuestras obras no tienen nada que ver con nuestra redención.
Nótese, sin embargo, que la obediencia no es un mero cumplimiento
externo, sino un servicio de amor. La ley de Dios es una expresión de la
misma naturaleza de su Autor; es la personificación del gran principio
del amor, y es, por lo tanto, el fundamento de su gobierno en los cielos
y en la tierra. Si nuestros corazones están renovados a la semejanza de
Dios, si el amor divino está implantado en el alma, ¿no se cumplirá la
ley de Dios en nuestra vida? Cuando el principio del amor es implantado
en el corazón, cuando el hombre es renovado a la imagen del que lo creó,
se cumple en él la promesa del nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su
corazón, y también en su mente las escribiré.” Hebreos 10:16. Y si la
ley está escrita en el corazón, ¿no modelará la vida? La obediencia, es
decir el servicio y la lealtad que se rinden por amor, es la verdadera
prueba del discipulado. Por esto dice la Escritura: “Este es el amor de
Dios, que guardemos sus mandamientos.” “El que dice: Yo le conozco, y no
guarda sus mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en él.” 1 Juan
5:3; 2:4. En vez de eximir al hombre de la obediencia, la fe, y sólo
ella, nos hace participantes de la gracia de Cristo, y nos capacita para
obedecer.
No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque
la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero
la obediencia es el fruto de la fe. “Sabéis que él fué manifestado para
quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo aquel que mora en él no
peca; todo aquel que peca no le ha visto, ni le ha conocido.” 1 Juan
3:5, 6. He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de
Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos,
nuestros designios, nuestras acciones, estarán en armonía con la
voluntad de Dios, según se expresa en los preceptos de su santa ley.
“¡Hijitos míos, no dejéis que nadie os engañe! el que obra justicia es
justo, así como él es justo.” 1 Juan 3:7. La justicia se define por la
norma de la santa ley de Dios, expresada en los diez mandamientos dados
en el Sinaí.
La así llamada fe en Cristo que, según se sostiene,
exime a los hombres de la obligación de obedecer a Dios, no es fe, sino
presunción. “Por gracia sois salvos, por medio de la fe.” Mas “la fe, si
no tuviere obras, es de suyo muerta.” Efesios 2:8; Santiago 2:17. El
Señor Jesús dijo de sí mismo antes de venir al mundo: “Me complazco en
hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi
corazón.”Salmos 40:8. Y cuando estaba por ascender de nuevo al cielo,
dijo: “Yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su
amor.”Juan 15:10. La Escritura afirma: “Y en esto sabemos que le
conocemos a él: si guardamos sus mandamientos. ... El que dice que mora
en él, debe también él mismo andar así como él anduvo.”1 Juan 2:3, 6.
“Pues que Cristo también sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo, para
que sigáis en sus pisadas.” 1 Pedro 2:21. De Autor Momentos de Oracion.
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