¿Cómo
se hará justo el pecador? Sólo por intermedio de Cristo podemos ser
puestos en armonía con Dios y con la santidad; pero ¿cómo debemos ir a
Cristo? Muchos formulan hoy la misma pregunta que hizo la multitud el
día de Pentecostés, cuando, convencida de pecado, exclamó: “¿Qué
haremos?” La primera palabra de la contestación del apóstol Pedro fué:
“Arrepentíos.” Poco después, en otra
ocasión, dijo: “Arrepentíos pues, y volveos a Dios; para que sean
borrados vuestros pecados.” Hechos 2:38; 3:19...
El arrepentimiento
comprende tristeza por el pecado y abandono del mismo. No renunciamos al
pecado a menos que veamos su pecaminosidad. Mientras no lo repudiemos
de corazón, no habrá cambio real en nuestra vida.
Muchos no
entienden la naturaleza verdadera del arrepentimiento. Muchas personas
se entristecen por haber pecado, y aun se reforman exteriormente, porque
temen que su mala vida les acarree sufrimientos. Pero esto no es
arrepentimiento en el sentido bíblico. Lamentan el dolor más bien que el
pecado. Tal fué el pesar de Esaú cuando vió que había perdido su
primogenitura para siempre. Balaam, aterrorizado por el ángel que estaba
en su camino con la espada desenvainada, reconoció su culpa porque
temía perder la vida, mas no experimentó un sincero arrepentimiento del
pecado; no cambió de propósito ni aborreció el mal. Judas Iscariote,
después de traicionar a su Señor, exclamó: “¡He pecado entregando la
sangre inocente!” Mateo 27:4
Esta confesión fué arrancada a su alma
culpable por un tremendo sentimiento de condenación y una pavorosa
expectación de juicio. Las consecuencias que habría de cosechar le
llenaban de terror, pero no experimentó profundo quebrantamiento de
corazón ni dolor en su alma por haber traicionado al Hijo inmaculado de
Dios y negado al Santo de Israel. Cuando el faraón de Egipto sufría bajo
los juicios de Dios, reconocía su pecado a fin de escapar al castigo,
pero volvía a desafiar al Cielo tan pronto como cesaban las plagas.
Todos los mencionados lamentaban los resultados del pecado, pero no
experimentaban pesar por el pecado mismo.
Pero cuando el corazón
cede a la influencia del Espíritu de Dios, la conciencia se vivifica y
el pecador discierne algo de la profundidad y santidad de la sagrada ley
de Dios, fundamento de su gobierno en los cielos y en la tierra. “La
Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene a este mundo,” Juan
1:9 ilumina las cámaras secretas del alma, y quedan reveladas las cosas
ocultas. La convicción se posesiona de la mente y del corazón. El
pecador reconoce entonces la justicia de Jehová, y siente terror de
aparecer en su iniquidad e impureza delante del que escudriña los
corazones. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad y el gozo de la
pureza. Ansía ser purificado y restituido a la comunión del cielo. De Autor Momentos de Oracion.
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