En
sus milagros, el Salvador manifestaba el poder que actúa siempre en
favor del hombre, para sostenerle y sanarle. Por medio de los agentes
naturales, Dios obra día tras día, hora tras hora y en todo momento,
para conservarnos la vida, fortalecernos y restaurarnos. Cuando alguna
parte del cuerpo sufre perjuicio, empieza el proceso de curación; los
agentes naturales actúan para
restablecer la salud. Pero lo que obra por medio de estos agentes es el
poder de Dios. Todo poder capaz de dar vida procede de él. Cuando
alguien se repone de una enfermedad, es Dios quien lo sana.
La enfermedad, el padecimiento y la muerte son obra de un poder enemigo. Satanás es el que destruye; Dios el que restaura...
Las palabras dirigidas a Israel se aplican hoy a los que recuperan la
salud del cuerpo o la del alma: “Yo soy Jehová tu Sanador.” Éxodo 15:26.
El deseo de Dios para todo ser humano está expresado en las
palabras: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas cosas, y que
tengas salud, así como tu alma está en prosperidad.” 3 Juan 2.
“El
es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias;
el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y
misericordias.” Salmos 103:3, 4.
Al curar las enfermedades, Cristo
decía muchas veces a los enfermos: “No peques más, porque no te venga
alguna cosa peor.” Juan 5:14. Así les enseñaba que habían atraído su
dolencia sobre sí al transgredir las leyes de Dios, y que la salud no
puede conservarse sino por medio de la obediencia.
El médico debe
enseñar a sus pacientes que han de cooperar con Dios en la obra de
restauración. El médico echa cada vez más de ver que la enfermedad
resulta del pecado. Sabe que las leyes de la naturaleza son tan
ciertamente divinas como los preceptos del Decálogo, y que sólo por la
obediencia a ellas puede recuperarse o conservarse la salud. El ve que
muchos sufren los resultados de sus hábitos perjudiciales cuando podrían
recobrar la salud si hiciesen lo que está a su alcance para su
restablecimiento. Es necesario enseñarles que todo hábito que destruye
las energías físicas, mentales o espirituales, es pecado, y que la salud
se consigue por la obediencia a las leyes que Dios estableció para bien
del género humano.
Cuando el médico ve sufrir al paciente de una
enfermedad derivada de alimentos o brebajes impropios o de otros hábitos
erróneos, y no se lo dice, le perjudica. Los beodos, los dementes, los
disolutos, todos imponen al médico la declaración terminante de que los
padecimientos son resultado del pecado. Los que entienden los principios
de la vida deberían esforzarse por contrarrestar las causas de las
enfermedades. Al ver el continuo conflicto con el dolor y tener que
luchar constantemente por aliviar a los que padecen, ¿cómo puede el
médico guardar silencio? ¿Puede decirse que es benévolo y compasivo si
deja de enseñar la estricta templanza como remedio contra la enfermedad?
Indíquese claramente que el camino de los mandamientos de Dios es
el camino de la vida. Dios estableció las leyes de la naturaleza, pero
sus leyes no son exacciones arbitrarias. Toda prohibición incluída en
una ley, sea física o moral, implica una promesa. Si la obedecemos, la
bendición nos acompañará. Dios no nos obliga nunca a hacer el bien, pero
procura guardarnos del mal y guiarnos al bien. De Autor Momentos de Oracion.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Sientase con la libertad de dar su opinión y tambien el de hacer preguntas, estoy a su servicio. Gracias.