Cristo
vino a enseñarnos no solamente lo que debemos saber y creer, sino
también lo que debemos hacer al relacionarnos con Dios y nuestro
prójimo. La regla de oro de la justicia requiere que hagamos con los
demás lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros: “Han sido
adquiridos con la sangre del Salvador; han sido comprados por precio”.
En toda nuestra relación con nuestros
prójimos, ya sean creyentes o no, debemos tratarlos como Cristo los
trataría en nuestro lugar. Si es para nuestro bien presente y eterno
obedecer la ley de Dios, será para su bien presente y eterno que lo
hagan también. Nuestra meta más alta debe consistir en que seamos para
ellos obreros médico misioneros de acuerdo con la orden de Cristo...
Todos los que entren por las puertas de perla en la ciudad de Dios,
deberán haber manifestado a Cristo en todas sus actividades. Esto es lo
que los convierte en mensajeros de Cristo, en sus testigos. Deben dar un
testimonio claro y definido contra todo mal proceder, y señalar al
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El da poder, a todos los
que recibe, de ser hijos de Dios.
La regeneración es la única senda
por medio de la cual podemos llegar a la ciudad santa. Es angosta, y
estrecha la puerta de entrada, pero por ella debemos guiar a hombres,
mujeres y niños, enseñándoles que para ser salvos deben tener un nuevo
corazón y un nuevo espíritu. Los antiguos rasgos de carácter
hereditarios deben ser vencidos. Los deseos naturales del alma deben
cambiar. Se debe renunciar a todo engaño, toda falsificación y toda
maledicencia. Hay que vivir una vida nueva, que hace de hombres y
mujeres seres semejantes a Cristo. Debemos nadar, por así decirlo,
contra la corriente del mal.
El camino que conduce al cielo es
angosto, cercado por la ley divina de Jehová. Los que lo siguen deben
negarse constantemente a sí mismos. Deben obedecer las enseñanzas de
Cristo... No confiemos en el hombre, sino en Jesucristo, que murió para
que pudiéramos obtener justicia. De Autor Momentos de Oracion.
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